martes, 5 de octubre de 2010

"El libro asesino"

Sobre el abdomen del hombre recostado en el viejo colchón, un vaso de vidrio luchaba por no caer cada vez que los pulmones se llenaban y vaciaban de aire, más allá apoyada sobre la mesa una botella de ginebra esperaba ser vaciada en una noche de insomnio, mientras una solitaria silla buscaba a sus compañeras. Ella lo había abandonado y con su abandono se había hecho realidad la amenaza que tantas veces le había repetido una y otra vez hasta hartarlo: “Un día voy a irme y te vas a quedar sólo”. Nunca creyó que pasaría, ella era una experta en lanzar frases hirientes sólo con el objeto de lastimarlo, pero ahora al mirar el pequeño departamento semivacío y desordenado supo que era verdad.
El hombre sorprendentemente logró levantarse con agilidad del colchón apoyado en el piso y se dirigió al baño, con el hombro izquierdo golpeó la enorme biblioteca repleta de libros, era el único objeto lujoso que poseía y había quedado ubicada en el medio del cuarto como prueba irrefutable de la separación: la estructura tambaleó desafiante hasta quedar nuevamente inmóvil. Al prender la luz vio el espejo roto y el pañuelo ensangrentado, evidencias de la discusión antes del abandono, entonces estuvo seguro que el desastre no había sido una fantasía inventada por su mente enferma. Ya no le quedaba nada, como un ladrón que había cometido un robo maestro, ella se había llevado todo hasta su dignidad, los aullidos de un perro negro y vagabundo anunciaban la tragedia en la que se había convertido su vida. Muchas veces había abandonado y muchas más había sido abandonado, pero nunca frente a una separación había reaccionado tan locamente. Ahora que el alcohol daba paso a la realidad sintió un gusto amargo, como hierro oxidado en la boca, asco, asco del hombre en el que se había convertido, cuántas veces había querido correr, alejarse de ser “toti, el impulsivo” para convertirse en otro. Si hubiera podido retroceder el tiempo a aquella noche del 12 de diciembre en la que se habían conocido, haría todo distinto. Mentira, cometería los mismos excesos o peores, su vida era golpear siempre contra la misma pared negra.
Al pasar nuevamente junto a la biblioteca la golpeó con el hombro derecho, pero esta vez el impacto fue más fuerte y el enorme mueble macizo cayó sobre el piso, el dolor en el hombro, el ruido de la caída y los libros volando hacia él lo desorientaron, uno de los volúmenes enorme y de colores oscuros con el nombre del autor en letras más grandes que el título del libro impactó en su cabeza, haciéndole perder el equilibrio. El cráneo del hombre se incrustó en el filo de una de las esquinas de la enorme biblioteca, la sangre comenzó a fluir manchando hojas y madera. Los ojos quedaron fijos en la ilustración de la tapa del libro asesino, el dibujo de un espantapájaros con un cuervo fue la última imagen que el hombre ya muerto se llevó al más allá en su retina enferma.

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