viernes, 28 de mayo de 2010

“No puedo decir nada”

Qué festejamos los argentinos el 25 de mayo. Por qué le damos tanta importancia a una fecha que significó la confirmación teórica del vasallaje de los criollos “bien nacidos” a un hombre degenerado, como Fernando VII. Puedo intentar una o varias respuestas, puedo caer en la postura ingenua y sostener que la Primera Junta fue el Primer Gobierno Patrio, el puntapié inicial que puso en movimiento el proceso que culminó el 9 de julio de 1816, o puedo arriesgarme, ir más allá y decir que recordamos un engaño, las tretas de la mentira política representadas por la “máscara de Fernando”, ella cubre mucho más que el admirable ideal independentista, esconde el poderío ingles que, cuando no logra imponerse por la fuerza, extiende su mano diplomática, cierra su puño y lo toma todo.
Pero cualquiera de estas hipótesis, desde la más “naif” hasta la más extrema serían defectuosas, erróneas, ofenderían la memoria de hombres a los que respecto, hombres que no merecen que una improvisada teorice sobre aquellos temas a los que ellos les dedicaron sus vidas, hablo de José Luis Busaniche, de José María Rosa, de Fermín Chavéz. Leo, siempre leo, nunca releo, una y otra vez sus obras y siento orgullo, un orgullo que mis ojos ignorantes roban a sus mentes hermosas, valientes, llenas de luz, de esa luz que hace que crea y me emocione cuando un hombre temerario eleva su voz sobre la mentira, la conveniencia y la traición, porque la Historia Oficial Mitrista fue y es todavía tierra fértil para el engaño y el delito, y como símbolo de su éxito aún están de pie “El Palacio San José”, el diario “La Nación” y la batalla de Pavón.
Ellos no necesitaron la excusa de ningún “Festejo Patrio”, para decir lo que otros callaron. Ellos echaron luz sobre figuras injustamente veneradas, como la de Justo José de Urquiza, que traicionó a su país y al ideal federal por oro brasileño, y años después entregó al Interior en bandeja de plata, para que fuese devorado por Buenos Aires; como la de Bartolomé Mitre, que nunca pensó en la en la Patria, sino en sus propios intereses y los de su provincia, y fue uno de los responsables de la guerra de la Triple Alianza y de la ruina del Paraguay; como la de Domingo Faustino Sarmiento quien declaró que no había que “ahorrar en sangre de gaucho”, pugnó por el exterminio del indio y aborreció a nuestros abuelos pobres e inmigrantes; como la de Juan Lavalle, que fusiló cobardemente a Manuel Dorrego, sin formar consejo de guerra, ni dictarle sentencia, el cuerpo acribillado del gobernador de Buenos Aires “cayó junto a un corral, entre el estiércol del ganado”[1]; como la de Gregorio de Lamadrid, que engrilletó a la anciana madre del “Tigre de los Llanos” y ordenó que barriera la plaza pública bajo el ardiente sol riojano; como la de Leopoldo Lugones ideólogo del golpe del 30... y la lista sigue... y los Festejos del Bicentenario también.
No puedo decir nada sobre mi país, si antes no nombro y reconozco el trabajo de estos hombres, que revisaron la historia con honestidad y corrieron el velo de la mentira disfrazada de verdad revelada, ignorarlos es invocar a los espíritus de José de San Martín, de Manuel Belgrano, de Juan Manuel de Rosas, de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza, de Martín Miguel de Güemes, de José Gervasio Artigas, de Facundo Quiroga, de Simón Bolívar, de Enrique del Valle Iberlucea, de Leandro Allen, de Evita Perón... para que escupan en mi boca, como Apolo escupió en la boca de Casandra, cuando la princesa troyana le negó su amor.
[1] J.L. Busaniche, Historia Argentina, Solar/Hacette, Bs. As. 1973, pág. 484.

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