I
El destino de Maho estuvo esperándolo desde el momento en que nació, cuando la partera que asistió su llegada al mundo debió cortar el vientre de su madre, para que no muriera ahogado dentro de la sufriente parturienta, abrió no sólo una enorme herida sangrienta, también le dio al pueblo de Sartón el héroe que aniquilaría al dragón que los aterraba.
Maho se crió como un niño más, sin saber cuál era el verdadero sentido de su vida, sólo le importaba jugar, reír y divertirse, cumplía con las obligaciones que le imponían sus padres porque sabía que después disfrutaría de su vida infantil, el único hecho que oscurecía su existencia era el sonido de la campana del templo que anunciaba la llegada del dragón, pero a él no lo aterrorizaba como a los otros, Maho tenía pies ligeros y podía correr rápido hasta el refugio que el pueblo de Sartón había construido para protegerse de la bestia de fuego.
Ninguno de los habitantes de Sartón imaginaban al ver a Maho junto a los demás niños que la antigua profecía que aseguraba que sólo “el no nacido mataría al dragón” se refería al pequeño revoltoso.
Hijo del herrero Mur y la hacendosa Aral, los años del futuro héroe asesino del dragón pasaron, creció hasta convertirse en un hombre fuerte y astuto, ayudaba a su padre en la herrería y amaba a su madre, a quien consideraba la mujer más bondadosa del mundo. Pero el día en que su madre fue víctima de uno de los feroces ataques del dragón, Maho experimentó el verdadero dolor y conoció el odio.
Las ancianas sacerdotisas de Yalmón lavaron el cuerpo sin vida de Aral y descubrieron con ese simple acto ritual que Maho, hijo del herrero Mur, “era el elegido, el no nacido que mataría al dragón”. La muerte de su madre significó para Maho el final de una vida y el comienzo de otra a la que no opuso resistencia, abrazó su nueva empresa con la frialdad del justiciero y la habilidad del estratega, sólo un objetivo: “matar al dragón” marcaba su existencia. Para lograrlo debía dirigirse al encuentro de la bruja Nor en las frías montañas de Neguel, sólo ella podía decirle cuál era la cueva donde la bestia se guarecía y cómo debía hacer para matarla.
Maho partió del pueblo de Sartón la mañana del día que marcaba el comienzo del verano, los jóvenes lo despidieron entre gritos de júbilo y aliento, las muchachas arrojaban flores a su paso mientras le sonreían con picardía, las mujeres le deseaban éxito en su empresa, los hombres coraje, las sacerdotisas lo bendecían y cantaban canciones invocando al dios Yalmón, sólo su padre temía por la vida y el destino de su único hijo.
Maho era un hombre fuerte, pero de pies ligeros, caminó durante días y días hasta las montañas de Neguel. Las sacerdotisas la habían advertido: “La bruja Nor sólo se presentará ante “el elegido”, debes ser paciente y estar atento, a Nor le gustan los albures”
II
En las frías, empinadas, traicioneras y resbaladizas montañas de Neguel, Maho esperó envuelto en su abrigada capa de piel y la espera fue para él más agonizante que la larga caminata, el silencio era su único compañero y sus pensamientos las únicas voces que retumbaban en su cerebro. Día tras día, noche tras noche, rezó a Yalmón, para que la buja se presentara, pero sólo encontró como respuestas a sus plegarias soledad y mutismo, comenzó a obsesionarse con la idea de que él no era “el elegido” por eso Nor no aparecía, pidió, suplicó a todas las fuerzas existentes que la engañaran, que colocaran sobre los ojos de la bruja una venda que le impidiera ver la verdad. A él no le importaba si era o no “el elegido”, sólo quería matar al dragón y para lograrlo la bruja debía presentarse ante él.
-Malo, malo, malo, si “el elegido” piensa que puede engañar a Nor, malo, malo, para él- la voz de la bruja resonaba en todos los rincones de las montañas de Neguel, su eco ensordecedor envolvió a Maho, quien tapó sus oídos con sus manos. Cuando volvió a abrir sus ojos ya no se encontraba en las frías montañas de Neguel, sino en un acabaña, la bruja frente a él lo miraba.
-Ha venido Maho, “el no nacido”, hijo de Nur, a preguntar a la buena Nor ¿cómo matar al dragón- dijo la bruja.
-Sí- respondió Maho.
-No interrumpas, hombre despreciable! Nunca interrumpas a la buena Nor, ella sabe ser bondadosa, pero también sabe de maldad- las palabras de la bruja se clavaban el el corazón de Maho, como dagas afiladas.
-Dime tú ¿crees que puedes matar al dragón?- dijo la bruja.
-…
-¡Contesta insolente, vienes a la montañas de Nor y te atreves a no contestar a sus preguntas!- dijo la bruja.
-Usted dijo…- se excuso Maho, dos rayos de luz cegadora salieron de los ojos de la bruja.
-¡Calla insolente!¡Todos ustedes, raza inferior, me aburren!¡No juegues conmigo!¡Escucha! Pon atención a mis palabras, porque Nor es buena, sí, muy buena, pero también sabe castigar a quien osa intentar desafiarla. “Más allá del río Lao, donde las tinieblas cubren tierra y cielo y no hay luz que las disipe está la morada del dragón. Sólo no podrás, pero acompañado tampoco, matar a la bestia que asesina con fuego. Debes caminar y tu destino encontrar. La buena Nor te dará lo necesario para tu trabajo completar, pero no olvides que el héroe sólo vive y sólo muere. Ten cuidado con desear aquello que no podrá tu cuerpo soportar. El corazón del enemigo muerto por su propio cuerpo latirá en su asesino y ésa será su maldición”
El eco de la voz de la bruja y los rayos que irradiaba su cuerpo ensordecieron los oídos y cegaron la vista de Maho, cuando por fin pudo volver a ver se halla nuevamente en las frías montañas, junto a él había un saco de tela oscura. Maho sólo pensó en las palabras de la bruja: “debes caminar”, tomó el saco y sus demás pertenencias y se alejó de las atemorizantes montañas de Neguel. Caminó hacía donde suponía que se encontraba el río Lao, nunca nadie del pueblo de Sartón había llegado hasta allí, pero una voz en su interior guiaba sus pasos.
III
Maho anduvo días y días hasta llegar al bosque de Goilín, debía atravesarlo para alcanzar el río Lao donde se hallaba la morada del dragón. El bosque era conocido por sus fantásticas criaturas: los árboles eran enormes, con troncos gruesos como casa, y ramas que ascendían al cielo y parecían no terminar nunca. Cuando era niño había escuchado historias sobre los increíbles seres que lo habitaban, pero no temió, para él sólo eran cuentos fantásticos relatados por ancianas, para atemorizar a niños miedosos. Por las noches se acostaba sobre el verde pasto y antes de dormir planeaba la manera en que en que mataría al dragón, no entendía el significado de las palabras que la bruja Nor le había dicho: “Sólo no podrás, pero acompañado tampoco, matar a la bestia que asesina con fuego. El corazón del enemigo muerto por su propio cuerpo latirá en su asesino y ésa será su maldición”. Tampoco se atrevía a abrir la gran bolsa de tela marrón que Nor le había dado, había algo en él que le decía que aún no era el momento, que debía esperar. Cuando Maho lograba dormir hallaba la paz que había perdido el día en que su madre había muerto.
Una noche sintió golpes en su cabeza, mientras una mano pequeña y velluda tiraba de uno de sus párpados, he intentaba abrirlo.
-¡Despierta, despierta, despierta, invasor, forastero! ¿Quién te autorizó a ingresar al bosque de Goilín, dime, dime, dime, quién, quién, quién?-dijo la criatura.
-Pero…¿Qué cosa horrible sos?...-dijo Maho.
-¡Yo, yo, yo hago las preguntas! ¡Cosa horrible me decís vos, vos, vos a mí! ¡Já! ¡Já! ¡Já! ¡Vos, vos, vos, sos, sos, sos, más, más, más horrible que yo, yo, yo!-dijo la criatura.
Maho estaba entre confundido y dormido, no podía soportar una palabra más de ese pequeño ser que se movía alrededor de él y le pegaba puntapiés en la cabeza, mientras le gritaba con vos chillona:
-¿Dime, dime, dime quién, quién, quién eres, eres, eres?.
Maho decidió contestar, estaba cansado y le dolía la cabeza:
-Soy Maho, del pueblo de Sartón, hijo del herrero Mur y de la hacendosa Aral, me dirijo al río Lao, voy a matar al dragón.
-¿Eres, eres, eres “el elegido”? Entonces los, los, los habladores pájaros decían la verdad… Escucha, escucha, escucha “elegido” debiste, debiste, debiste decirme, decirme, decirme antes quien eras. Yo soy Ñu, hijo de Ñoñul, y te ayudaré a cruzar el bosque de Golín. Porque no sé si lo sabes, sabes, sabes pero desde días que estás caminando en círculos, círculos, círculos-dijo Ñu.
-¿Círculos? ¡Imposible!-dijo Maho.
-¡Llamas a Ñu mentiroso! Yo conozco el bosque mejor que “el elegido” y no miento, miento, miento-dijo Ñu.
-¿Y por qué me ayudarás?-dijo Ñu.
-Porque eres “el elegido” y va a matar al dragón ¡Todos, todos, todos en el bosque de Goilín odiamos al dragón!-dijo Ñu.
-No necesito tú ayuda-dijo Maho.
-Sí, sí, sí la necesitas: “Solo no podrás. Pero acompañado tampoco matar a la bestia que asesina con fuego…”-dijo Ñu.
-¿Cómo sabes cuáles fueron las palabras que la bruja Nor me dijo?-preguntó Maho.
- Eres, eres, eres “el elegido”, pero también eres muy tonto, tonto, tonto. Todos conocen la profecía de la bruja Nor: “Más allá del río Lao, donde las tinieblas cubren tierra y cielo y no hay luz que las disipe está la morada del dragón. Sólo no podrás, pero acompañado tampoco, matar a la bestia que asesina con fuego. Debes caminar y tu destino encontrar. La buena Nor te dará lo necesario para tu trabajo completar, pero no olvides que el héroe sólo vive y sólo muere. Ten cuidado con desear aquello que no podrá tu cuerpo soportar. El corazón del enemigo muerto por su propio cuerpo latirá en su asesino y ésa será su maldición”
-¿Todos?-preguntó Maho.
_Sí, sí, sí, todos ¿Fuiste hasta las montañas de Neguel para que la bruja Nor te la recitara? Tonto, tonto, tonto. La bruja te hizo una de sus, sus, sus bromas ¿Esperaste mucho congelándote en las frías montañas, hasta que Nor apareció? Cualquiera, cualquiera, cualquiera sabe, sabe, sabe que “Más allá del río Lao…”-dijo Ñu.
-¡Basta! ¡Ya no soporto escucharte un segundo más, repetís las palabras como loro!-grito Maho.
-Yo, yo, yo no repito nada, nada, nada…-dijo Ñu.
-¡No hables más! ¡Necesito dormir!-dijo Maho.
Maho se tapó, con su capa de oso deseando que la molesta criatura desapareciera, con los primeros rayos de la mañana. Lo último que escuchó antes de dormirse fue la voz chillona de Ñu repetir, una y otra vez:
-Tonto, tonto, tonto “elegido”, la bruja Nor lo engaño, engaño, engaño, engaño…
Pero cuando Maho despertó Ñu aún estaba allí y continuó junto a él la mañana siguiente y la siguiente, cada día de caminata se adentraban más y más en la espesura del bosque, el pequeño peludo hablaba y hablaba sin parar, repitiendo siempre las palabras, Maho, en cambio, prefería el silencio.
-Tonto “elegido” has, has, has hecho bien en abrir la bolsa marrón que Nor te dio, debes, debes, debes esperar a que salgamos, salgamos, salgamos del bosque de Goilín- dijo Ñu.
-¿Cómo sabes que la bolsa me la dio Nor, y cómo sabes que aún no la he abierto?-preguntó Maho.
-Porque tú eres el tonto, tonto, tonto “elegido” y yo no, no, no ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!-dijo Ñu.
Pasaron muchos días y muchas noches, caminaron de día, durmieron de noche. Maho sentía que alguien o algo lo observaba, pero no dijo nada, se aferró a su destino, en su mente sólo existía una idea: matar al dragón, lo demás ya no le importaba.
IV
-“Fácil, fácil, fácil es entrar, difícil, difícil, difícil es salir”-recitó Ñu.
-¿Qué cosas decís ahora?-preguntó Maho.
-Digo, digo, digo lo que todos sabemos, menos “el elegido”. La bruja Nor debe haberse reído mucho de tu ignorancia ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Mira, mira, mira hacia allá donde terminan los hermosos árboles del bosque de Goilín, cuando, cuando, cuando llegues a ese lugar deberás probar tú inteligencia, inteligencia, inteligencia y así tú ofensa pagar, pagar, pagar-dijo Ñu.
-¿Ofensa?-preguntó Maho.
-Deja, deja, deja de repetir todo, todo, todo lo que digo, me pones, pones, pones nervioso. No sé, no sé, no sé cómo, cómo, cómo te soporto-dijo Ñu-Escucha, escucha, escucha, allá donde termina el bosque de Goilín te esperan y ya, ya, ya no me preguntes más. No es, es, es mi culpa que seas un tonto, tonto, tonto “elegido”.
Maho dirigió su mirada al lugar donde Ñu señalaba con su velludo dedo, ubicados en el filo del bosque una multitud de extrañas figuras aguardaban, cuando llegó al lugar pudo distinguirlas con claridad, nunca había visto seres tan raros, desde diminutos hombrecitos, mucho más pequeños que Ñu, hasta gigantes enormes lo observaban con curiosidad.
-El, el, el “elegido” ha, ha, ha llegado, yo, yo, yo lo traje-dijo Ñu señalando a Maho.
Uno de los gigantes, anciano y arrugado, se dirigió a Maho, ignorando a Ñu:
-Si salir del bosque de Golín deseas, tus pies fijos debes dejar.
-¿Qué?- dijo Ñu.
-El Gran Señor Gigante dice, dice, dice que para salir del bosque tus pies deben, deben, deben, mantenerse quietos, en el mismo lugar, lugar, lugar-le dijo Ñu, mientras saltaba alrededor de é y le pegaba puntapiés en los tobillos.
-¿Cómo, no tiene sentido, cómo voy a avanzar sin mover los pies?-dijo Maho.
-Si “el elegido eres”, la solución a tu mente fácil llegará-dijo el gigante.
-Fácil, fácil, fácil-repitió Ñu, en tono burlón.
-Pero…-trato de justificarse Maho.
-El “elegido” su cabeza debe usar para pensar y no para hablara, si al dragón quiere matar-dijo el gigante.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!-gritaron todos los extraños presentes.
Maho sintió como una multitud de ojos de fijaban en su cuerpo, pero las miradas no eran de odio o rechazo, sino de curiosidad. Pensar y no hablar, hacia muchos, muchos días, mese que Maho no hablaba mucho, sólo pensaba.
“Cómo dejar los pies fijos en el mismo lugar y sin embargo avanzar. No tiene sentido ¡No busques el sentido! Mantén tu mente fija en lo principal: ¿Cómo hacer para mantener los pies fijos en el mismo lugar y salir de ese lugar?”
La solución vino a Maho tan simple, clara y distinta, que rió por primera vez a carcajadas desde la muerte de su madre, de una de sus alforjas tomó la espada que su padre le había regalado antes de partir: “La forjé con el más noble acero de Sartón, es flexible, pero resistente, cada golpe que la masa descargó sobre ella tenía un solo deseo: “Que esta espada sirva para que mi hijo mate al dragón” Con ayuda de la espada despegó de uno de los enormes árboles un trozo de gruesa corteza, lo colocó debajo de sus pies y comenzó a deslizarse por la pendiente, que marcaba el final del bosque de Goilín, mientras se deslizaba y se alejaba de los extraños seres escuchó aplausos y festejos, sintió felicidad , pero también melancolía, nunca más volvería a ver a Ñu. La enorme corteza deslizante se detuvo unos metros antes del río Lao, una niebla húmeda, pesada y caliente lo envolvió, sus ojos no podían distinguir nada, escuchó ligeros pasos que corrían hacia él.
-¿¡Quién anda ahí!?-gritó Maho.
-Tranquilo, tranquilo, tranquilo “elegido” soy yo, Ñu. Eres tonto, tonto, tonto, pero no tan tonto, tonto, tonto “elegido” ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!-dijo Ñu, mientras le pegaba puntapiés en los tobillos.
-¡Basta! ¡Basta ya! ¿Qué haces aquí?-preguntó Maho.
-“Sólo, sólo, sólo no podrás matar al dragón”, Ñu va a ayudarte-dijo Ñu.
-¿Vas a ir conmigo hasta la cueva del dragón?-preguntó Ñu.
-Sí, sí, sí-dijo Ñu.
-¿Por qué?-preguntó Maho.
-Porque, porque, porque “sólo, sólo, sólo no podrás matar al dragón”, no tan tonto, tonto, tonto “elegido”-dijo Ñu.
-Está bien, pero debes saber que es muy peligroso-dijo Maho.
-Ñu no es, es, es cobarde. Ñu no tiene, tiene, tiene miedo-Ñu comenzó a darle puntapiés.
-¡Ya basta! Ñu, escucha, estoy cansado, esta espesa bruma no me deja ver…-dijo Maho.
-Es, es, es el vapor del fuego del dragón-dijo Ñu.
-Está bien, como digas, pero necesito descansar-dijo Maho.
-Descansa, descansa, descansa no tan tonto, tonto, tonto “elegido”. Ñu te cuidará-dijo Ñu.
-Gracias, Ñu-Maho se echó a dormir sobre el suelo barroso y maloliente.
V
-Despierta, despierta, despierta no tan tonto, tonto, tonto “elegido”, ya es hora de cruzar el río Lao y al dragón matar-gritó Ñu, apoyando su peluda boca en la oreja de Maho.
-¡Ten cuidado, vas a quemarme!-dijo Maho, Ñu lo alumbraba con una enorme antorcha, Maho no sabía cuánto tiempo había dormido, pero se sentía fuerte y descansado. La bruma ya lo le molestaba.
-Primero, primero, primero debes comer para, para, para tener fuerzas y podre, poder, poder matar al dragón-dijo Ñu, mientras le acercaba un cuenco con comida.
Maho comió y bebió todo lo que Ñu le ofreció.
-Ahora, ahora, ahora es hora, hora, hora que abras la bolsa que, que, que te dio la bruja No-dijo Ñu.
Maho tomó la bolsa de oscura tela marrón y comenzó a revisar su contenido, encontró un escudo y un casco liviano pero resistente y un colgante, que parecía ser la garra de un animal muerto.
-Esto, esto, esto nos ayudará a cruzar, cruzar, cruzar el ardiente, ardiente, ardiente río Lao-dijo Ñu, señalando el escudo.
-Pero es un escudo…-dijo Maho.
-No tan tonto, tonto, tonto “elegido” si la das vuelta es una canoa, canoa, canoa y esto, esto, esto servirá, servirá, servirá de remo, remo, remo-dijo Ñu, tomando el trozo de corteza, que Maho había utilizado para deslizarse-Ponte, ponte, ponte el casco en, en, en la cabeza y el colgante, colgante, colgante lo, lo, lo llevaré yo.
Maho obedeció las órdenes de Ñu, dio vuelta el escudo y lo hizo flotar sobre el agua caliente del río Lao, luego Ñu se ubicó encima de uno de los hombros de Maho, quien comenzó a remar, utilizando como remo la corteza deslizadora. Varias horas remó Maho a través del río Lao, mientras Ñu hablaba y hablaba sin parar.
-Silencio, hemos llegado-dijo Maho.
-Sí, sí, sí, silencio-dijo Ñu, murmurando cerca del oído de Maho-Esa, esa, esa es la cueva del, del, del dragón-dijo Ñu, mientras señalaba una de las aberturas de la montaña-Desenvaina tu espada. Vamos, vamos, vamos a matar, matar, matar al dragón.
-No, yo iré sólo-dijo Maho.
-Imposible, imposible, imposible: “Sólo, sólo, sólo no podrás matar al dragón”-dijo Ñu.
-“Pero acompañado tampoco” Escucha, Ñu está es mi misión, no quiero que nada malo te pase, eres mi amigo-dijo Maho.
-No tan tonto, tonto, tonto “elegido” no debes, debes, debes tener miedo por Ñu. Ñu sabe cuidarse muy, muy, muy bien sólo-dijo Ñu.
-Está bien-Maho comprendió que no tenía sentido discutir con su amigo, era tan pequeño como necio-Pero mantente detrás de mío.
-Sí, sí, sí, Ñu se mantendrá detrás, detrás, detrás del no tan tonto, tonto, tonto “elegido”-dijo Ñu.
Maho y Ñu ingresaron a la enorme cueva, el vapor cubría el aire de la morada del dragón, después de andar un trecho, entre rocas resbaladizas y calientes, lo vieron. Era una bestia enorme y atemorizante, cada vez que respiraba de sus enormes fosas salían lenguas de fuego asesinas.
-Debes, debes, debes atravesar el corazón del, del, del dragón-dijo Ñu.
-Silencio-dijo Maho-quédate aquí.
Maho se acercó sigiloso al temible animal, en una mano llevaba su espada, en la otra el escudo que la bruja Nor le había dado. El dragón abrió los ojos y al ver a Maho descargó sobre él el mismo fuego asesino que había causado la muerte de Aral, Maho se protegió con el escudo. Durante largo tiempo Maho y el dragón se batieron en feroz lucha, increíblemente el hijo del herrero Mur demostraba con cada ataque porque era el “elegido”. Ya nada le importaba, sólo matar al animal que echaba fuego sobre él, pero el dragón parecía conocer su punto débil y protegía muy bien su corazón. Cuando de pronto Maho vio al pequeño Ñu trepado sobre la cabeza del dragón, con el colgante de la bruja Nor en una de sus manos, el animal movía la cabeza violentamente para deshacerse de la pequeña criatura, pero Ñu estaba decidido a llevar adelante su plan, lanzó un grito que retumbó en toda la cueva y clavó la filosa garra en uno de los ojos del dragón.
-¡Ñu bajá de ahí! ¡Ahora!- le gritó Maho, pero ya era muy tarde, Ñu había caído de la cabeza de la bestia y de su pequeño cuerpo herido brotaba sangre. Maho se acercó a su amigo-¿Ñu por qué lo hiciste?.
-Mata, mata, mata la dragón- la voz de Ñu ya no era chillona y alegre, sino débil y suplicante.
Sólo entonces Maho comprendió el verdadero significado de las palabras de la bruja Nor: “Más allá del río Lao donde las tinieblas cubren tierra y cielo, y no hay luz que las disipe está la montaña del dragón. Sólo no podrás, pero acompañado tampoco matar a la bestia que asesina con fuego. Debes caminar y tu destino encontrar. La buena Nor te dará lo necesario para tu trabajo completar, pero no olvides que el héroe sólo vive y sólo muere. Ten cuidado con desear aquello que tu cuerpo no podrá soportar, el corazón del enemigo muerto por su propio cuerpo latirá en su asesino y ésa será su maldición”
Maho corrió dominado por el coraje hacia la bestia tuerta y le atravesó el corazón, el feroz animal comenzó a retorcerse desesperado y a echar fuego hasta que cayó muerto. Maho levantó el pequeño cuerpo velludo de Ñu, lo envolvió en su capa de piel de oso y salió de la cueva. Remo atravesando el ya no tan caliente río lao y ascendió la pendiente que marcaba el límite del bosque de Goilín, allí lo esperaban los mismos seres fantásticos que lo habían despedido.
-Ñu murió, murió matando al dragón-dijo Maho mientras colocaba el cuerpo sobre el verde pasto el cuerpo sin vida de su amigo.
-Ya lo sabemos-dijo el Gran Señor Gigante-Ahora debes comenzar a marchar, un largo camino te espera hasta el pueblo de Sartón.
Maho no opuso resistencia a las palabras del gigante y se marchó, alejándose de todos los extraños seres del bosque de Goilín, sus pies eran tan veloces como antes pero su andar era más firme y descansado, ya no tenía apuro, sólo la idea de volver a ver a su padre lo alegraba. Si bien guardaba la profunda esperanza de ser recibido por todo el pueblo de Sartón como lo que era: un verdadero héroe, el “elegido”, que había matado al monstruo de fuego, había una luz que había comenzado a crecer dentro de él desde el mismo momento en que había partido de su pueblo. Maho ya no era simplemente el hijo del herrero Mur, era un hombre sabio y callado que meditaba mientras sus pies lo conducían al que había sido su hogar.
VI
Tres años habían pasado desde que Maho había partido del pueblo de Sarón y cuando regresó casi no lo reconoció, la simple aldea de casas pequeñas y calles estrechas ahora se perfilaba como una auténtica ciudad. Los pobladores que habían crecido en número lo recibieron con grandes honores. Cuando preguntó por su padre supo que meses después de su partida había fallecido sumido en la tristeza y la soledad, a nadie parecía interesarle demasiado la suerte que había corrido el buen herrero, todos estaban preocupados en ascender y progresar económicamente. Desde que el pueblo de Sartón había dejado de padecer los violentos ataques del dragón nuevos hombres ricos habían llegado y todos los antiguos pobladores se empeñaban en imitar esa novedosa forma de vida, pero para lograrlo debían trabajar muy duro. Pasaron los primeros días del regreso de Maho y toda la nueva ciudad de Sartón comenzó a ignorarlo, a nadie le interesaba perder su precioso tiempo escuchando a un hombre iluminado y sabio, pero que carecía de fortuna y propiedades.
Una mañana Maho, el “elegido”, dejó la ciudad Sartón, nadie supo realmente el destino del héroe: algunos dijeron que había regresado a Goilín, donde vivía tranquilo junto a los extraños seres del bosque, otros que había cruzado el frío río Lao hasta la cueva del dragón y que vivía allí en absoluta soledad, pero nadie supo en verdad que pasó con Maho, hijo del herrero Mur y la hacendosa Aral, asesino del dragón
martes, 5 de octubre de 2010
"El libro asesino"
Sobre el abdomen del hombre recostado en el viejo colchón, un vaso de vidrio luchaba por no caer cada vez que los pulmones se llenaban y vaciaban de aire, más allá apoyada sobre la mesa una botella de ginebra esperaba ser vaciada en una noche de insomnio, mientras una solitaria silla buscaba a sus compañeras. Ella lo había abandonado y con su abandono se había hecho realidad la amenaza que tantas veces le había repetido una y otra vez hasta hartarlo: “Un día voy a irme y te vas a quedar sólo”. Nunca creyó que pasaría, ella era una experta en lanzar frases hirientes sólo con el objeto de lastimarlo, pero ahora al mirar el pequeño departamento semivacío y desordenado supo que era verdad.
El hombre sorprendentemente logró levantarse con agilidad del colchón apoyado en el piso y se dirigió al baño, con el hombro izquierdo golpeó la enorme biblioteca repleta de libros, era el único objeto lujoso que poseía y había quedado ubicada en el medio del cuarto como prueba irrefutable de la separación: la estructura tambaleó desafiante hasta quedar nuevamente inmóvil. Al prender la luz vio el espejo roto y el pañuelo ensangrentado, evidencias de la discusión antes del abandono, entonces estuvo seguro que el desastre no había sido una fantasía inventada por su mente enferma. Ya no le quedaba nada, como un ladrón que había cometido un robo maestro, ella se había llevado todo hasta su dignidad, los aullidos de un perro negro y vagabundo anunciaban la tragedia en la que se había convertido su vida. Muchas veces había abandonado y muchas más había sido abandonado, pero nunca frente a una separación había reaccionado tan locamente. Ahora que el alcohol daba paso a la realidad sintió un gusto amargo, como hierro oxidado en la boca, asco, asco del hombre en el que se había convertido, cuántas veces había querido correr, alejarse de ser “toti, el impulsivo” para convertirse en otro. Si hubiera podido retroceder el tiempo a aquella noche del 12 de diciembre en la que se habían conocido, haría todo distinto. Mentira, cometería los mismos excesos o peores, su vida era golpear siempre contra la misma pared negra.
Al pasar nuevamente junto a la biblioteca la golpeó con el hombro derecho, pero esta vez el impacto fue más fuerte y el enorme mueble macizo cayó sobre el piso, el dolor en el hombro, el ruido de la caída y los libros volando hacia él lo desorientaron, uno de los volúmenes enorme y de colores oscuros con el nombre del autor en letras más grandes que el título del libro impactó en su cabeza, haciéndole perder el equilibrio. El cráneo del hombre se incrustó en el filo de una de las esquinas de la enorme biblioteca, la sangre comenzó a fluir manchando hojas y madera. Los ojos quedaron fijos en la ilustración de la tapa del libro asesino, el dibujo de un espantapájaros con un cuervo fue la última imagen que el hombre ya muerto se llevó al más allá en su retina enferma.
El hombre sorprendentemente logró levantarse con agilidad del colchón apoyado en el piso y se dirigió al baño, con el hombro izquierdo golpeó la enorme biblioteca repleta de libros, era el único objeto lujoso que poseía y había quedado ubicada en el medio del cuarto como prueba irrefutable de la separación: la estructura tambaleó desafiante hasta quedar nuevamente inmóvil. Al prender la luz vio el espejo roto y el pañuelo ensangrentado, evidencias de la discusión antes del abandono, entonces estuvo seguro que el desastre no había sido una fantasía inventada por su mente enferma. Ya no le quedaba nada, como un ladrón que había cometido un robo maestro, ella se había llevado todo hasta su dignidad, los aullidos de un perro negro y vagabundo anunciaban la tragedia en la que se había convertido su vida. Muchas veces había abandonado y muchas más había sido abandonado, pero nunca frente a una separación había reaccionado tan locamente. Ahora que el alcohol daba paso a la realidad sintió un gusto amargo, como hierro oxidado en la boca, asco, asco del hombre en el que se había convertido, cuántas veces había querido correr, alejarse de ser “toti, el impulsivo” para convertirse en otro. Si hubiera podido retroceder el tiempo a aquella noche del 12 de diciembre en la que se habían conocido, haría todo distinto. Mentira, cometería los mismos excesos o peores, su vida era golpear siempre contra la misma pared negra.
Al pasar nuevamente junto a la biblioteca la golpeó con el hombro derecho, pero esta vez el impacto fue más fuerte y el enorme mueble macizo cayó sobre el piso, el dolor en el hombro, el ruido de la caída y los libros volando hacia él lo desorientaron, uno de los volúmenes enorme y de colores oscuros con el nombre del autor en letras más grandes que el título del libro impactó en su cabeza, haciéndole perder el equilibrio. El cráneo del hombre se incrustó en el filo de una de las esquinas de la enorme biblioteca, la sangre comenzó a fluir manchando hojas y madera. Los ojos quedaron fijos en la ilustración de la tapa del libro asesino, el dibujo de un espantapájaros con un cuervo fue la última imagen que el hombre ya muerto se llevó al más allá en su retina enferma.
domingo, 5 de septiembre de 2010
viernes, 3 de septiembre de 2010
Un recorrido por el Centro Cultural Recoleta
El domingo 30 de mayo era el último día para ver estas exhibiciones en el Centro Cultural Recoleta. Dentro de ellas había muestras fotográficas.
De todas las muestras que vi, hubo dos que me llamaron mas la atención que el resto. La primera es una propuesta llamada “No”, de Mookie Tenembaum, la cual trata la problemática vinculada a la noción del cuerpo. En la muestra hay grandes fotografías en blanco y negro de mujeres de origen peruano “reales, desnudas, sin maquillaje, tinturas, liposucciones ni plásticos incorporados”. Según la fotógrafa, estas mujeres son la versión local de las famosas fotos de supermodelos, y derrumban los preconceptos sobre lo que debería ser el cuerpo humano, y lo que en realidad es.
En ella se expusieron cuatro fotos individuales, dos fotos grupales y otras fotos, grupales también, pero que en este caso representaban a Esperando a Margot. Algo llamativo de las imágenes, es que las cuatro mujeres estaban desnudas, pero usaban zapatos.
Todo esto se puede ver claramente en la foto; se nota que son mujeres reales, que las fotos están sacadas de forma natural, sin ninguna ayuda extra. Además las modelos no tienen ningún problema en posar desnudas y que la gente vea sus cuerpos tal cual son.
Con respecto a la reacción de la gente, hubo distintas expresiones, pero la mayoría se quedó bastante sorprendida por la fotografía de una travesti desnuda. Con todos los tabúes que hay en la sociedad con estos temas, es algo realmente llamativo, que no se espera en este pequeño recorrido.
La segunda muestra que me gustó, es “Lo que miran tus ojos...” de Cristina Fresca. Distinta de la anterior, ésta es una propuesta en la cual hay imágenes de hombres y mujeres de distintas edades, pero con una agregado: las fotos están invadidas por el rojo o el blanco, lo que diluye las imágenes. De esta forma la imagen se pierde entre el color, dando la sensación de lo visible y lo invisible.
Una de las imágenes mostraba a una mujer invadida por el rojo, quedando de forma visible sólo su cara y sus manos mas abajo, como apoyadas sobre algo. Otra mostraba a la misma mujer, y también se podía ver su rostro y sus manos, esta vez teniendo un colgante o gargantilla. Con respecto a las imágenes invadidas por el blanco, se trata de niños, rubios de ojos celestes, de los que sólo se ve parte de su cabello y sus ojos. En estos casos, la obra quiere mostrar que la luz, esa condición indispensable para poder ver, en exceso, puede generar una ceguera.
Uno de los efectos que causó en los espectadores, fue que no se trata de fotos normales, sino que para entenderlas hay que observarlas detenidamente y encontrar la figura perdida en el color, es decir, detenerse delante de la imagen, esforzar un poco la vista hasta encontrar esa figura perdida, y que al alejarse, la imagen se pierda nuevamente.
Vanina Codini
De todas las muestras que vi, hubo dos que me llamaron mas la atención que el resto. La primera es una propuesta llamada “No”, de Mookie Tenembaum, la cual trata la problemática vinculada a la noción del cuerpo. En la muestra hay grandes fotografías en blanco y negro de mujeres de origen peruano “reales, desnudas, sin maquillaje, tinturas, liposucciones ni plásticos incorporados”. Según la fotógrafa, estas mujeres son la versión local de las famosas fotos de supermodelos, y derrumban los preconceptos sobre lo que debería ser el cuerpo humano, y lo que en realidad es.
En ella se expusieron cuatro fotos individuales, dos fotos grupales y otras fotos, grupales también, pero que en este caso representaban a Esperando a Margot. Algo llamativo de las imágenes, es que las cuatro mujeres estaban desnudas, pero usaban zapatos.
Todo esto se puede ver claramente en la foto; se nota que son mujeres reales, que las fotos están sacadas de forma natural, sin ninguna ayuda extra. Además las modelos no tienen ningún problema en posar desnudas y que la gente vea sus cuerpos tal cual son.
Con respecto a la reacción de la gente, hubo distintas expresiones, pero la mayoría se quedó bastante sorprendida por la fotografía de una travesti desnuda. Con todos los tabúes que hay en la sociedad con estos temas, es algo realmente llamativo, que no se espera en este pequeño recorrido.
La segunda muestra que me gustó, es “Lo que miran tus ojos...” de Cristina Fresca. Distinta de la anterior, ésta es una propuesta en la cual hay imágenes de hombres y mujeres de distintas edades, pero con una agregado: las fotos están invadidas por el rojo o el blanco, lo que diluye las imágenes. De esta forma la imagen se pierde entre el color, dando la sensación de lo visible y lo invisible.
Una de las imágenes mostraba a una mujer invadida por el rojo, quedando de forma visible sólo su cara y sus manos mas abajo, como apoyadas sobre algo. Otra mostraba a la misma mujer, y también se podía ver su rostro y sus manos, esta vez teniendo un colgante o gargantilla. Con respecto a las imágenes invadidas por el blanco, se trata de niños, rubios de ojos celestes, de los que sólo se ve parte de su cabello y sus ojos. En estos casos, la obra quiere mostrar que la luz, esa condición indispensable para poder ver, en exceso, puede generar una ceguera.
Uno de los efectos que causó en los espectadores, fue que no se trata de fotos normales, sino que para entenderlas hay que observarlas detenidamente y encontrar la figura perdida en el color, es decir, detenerse delante de la imagen, esforzar un poco la vista hasta encontrar esa figura perdida, y que al alejarse, la imagen se pierda nuevamente.
Vanina Codini
miércoles, 21 de julio de 2010
viernes, 11 de junio de 2010
No nos gusta como escribe Caparrós
No nos molesta su voz impostada, ni su pelada, ni sus bigotes "de mode", simplemente a las titulares de este blog no nos gusta como escribe Caparrós.
viernes, 28 de mayo de 2010
“No puedo decir nada”
Qué festejamos los argentinos el 25 de mayo. Por qué le damos tanta importancia a una fecha que significó la confirmación teórica del vasallaje de los criollos “bien nacidos” a un hombre degenerado, como Fernando VII. Puedo intentar una o varias respuestas, puedo caer en la postura ingenua y sostener que la Primera Junta fue el Primer Gobierno Patrio, el puntapié inicial que puso en movimiento el proceso que culminó el 9 de julio de 1816, o puedo arriesgarme, ir más allá y decir que recordamos un engaño, las tretas de la mentira política representadas por la “máscara de Fernando”, ella cubre mucho más que el admirable ideal independentista, esconde el poderío ingles que, cuando no logra imponerse por la fuerza, extiende su mano diplomática, cierra su puño y lo toma todo.
Pero cualquiera de estas hipótesis, desde la más “naif” hasta la más extrema serían defectuosas, erróneas, ofenderían la memoria de hombres a los que respecto, hombres que no merecen que una improvisada teorice sobre aquellos temas a los que ellos les dedicaron sus vidas, hablo de José Luis Busaniche, de José María Rosa, de Fermín Chavéz. Leo, siempre leo, nunca releo, una y otra vez sus obras y siento orgullo, un orgullo que mis ojos ignorantes roban a sus mentes hermosas, valientes, llenas de luz, de esa luz que hace que crea y me emocione cuando un hombre temerario eleva su voz sobre la mentira, la conveniencia y la traición, porque la Historia Oficial Mitrista fue y es todavía tierra fértil para el engaño y el delito, y como símbolo de su éxito aún están de pie “El Palacio San José”, el diario “La Nación” y la batalla de Pavón.
Ellos no necesitaron la excusa de ningún “Festejo Patrio”, para decir lo que otros callaron. Ellos echaron luz sobre figuras injustamente veneradas, como la de Justo José de Urquiza, que traicionó a su país y al ideal federal por oro brasileño, y años después entregó al Interior en bandeja de plata, para que fuese devorado por Buenos Aires; como la de Bartolomé Mitre, que nunca pensó en la en la Patria, sino en sus propios intereses y los de su provincia, y fue uno de los responsables de la guerra de la Triple Alianza y de la ruina del Paraguay; como la de Domingo Faustino Sarmiento quien declaró que no había que “ahorrar en sangre de gaucho”, pugnó por el exterminio del indio y aborreció a nuestros abuelos pobres e inmigrantes; como la de Juan Lavalle, que fusiló cobardemente a Manuel Dorrego, sin formar consejo de guerra, ni dictarle sentencia, el cuerpo acribillado del gobernador de Buenos Aires “cayó junto a un corral, entre el estiércol del ganado”[1]; como la de Gregorio de Lamadrid, que engrilletó a la anciana madre del “Tigre de los Llanos” y ordenó que barriera la plaza pública bajo el ardiente sol riojano; como la de Leopoldo Lugones ideólogo del golpe del 30... y la lista sigue... y los Festejos del Bicentenario también.
Pero cualquiera de estas hipótesis, desde la más “naif” hasta la más extrema serían defectuosas, erróneas, ofenderían la memoria de hombres a los que respecto, hombres que no merecen que una improvisada teorice sobre aquellos temas a los que ellos les dedicaron sus vidas, hablo de José Luis Busaniche, de José María Rosa, de Fermín Chavéz. Leo, siempre leo, nunca releo, una y otra vez sus obras y siento orgullo, un orgullo que mis ojos ignorantes roban a sus mentes hermosas, valientes, llenas de luz, de esa luz que hace que crea y me emocione cuando un hombre temerario eleva su voz sobre la mentira, la conveniencia y la traición, porque la Historia Oficial Mitrista fue y es todavía tierra fértil para el engaño y el delito, y como símbolo de su éxito aún están de pie “El Palacio San José”, el diario “La Nación” y la batalla de Pavón.
Ellos no necesitaron la excusa de ningún “Festejo Patrio”, para decir lo que otros callaron. Ellos echaron luz sobre figuras injustamente veneradas, como la de Justo José de Urquiza, que traicionó a su país y al ideal federal por oro brasileño, y años después entregó al Interior en bandeja de plata, para que fuese devorado por Buenos Aires; como la de Bartolomé Mitre, que nunca pensó en la en la Patria, sino en sus propios intereses y los de su provincia, y fue uno de los responsables de la guerra de la Triple Alianza y de la ruina del Paraguay; como la de Domingo Faustino Sarmiento quien declaró que no había que “ahorrar en sangre de gaucho”, pugnó por el exterminio del indio y aborreció a nuestros abuelos pobres e inmigrantes; como la de Juan Lavalle, que fusiló cobardemente a Manuel Dorrego, sin formar consejo de guerra, ni dictarle sentencia, el cuerpo acribillado del gobernador de Buenos Aires “cayó junto a un corral, entre el estiércol del ganado”[1]; como la de Gregorio de Lamadrid, que engrilletó a la anciana madre del “Tigre de los Llanos” y ordenó que barriera la plaza pública bajo el ardiente sol riojano; como la de Leopoldo Lugones ideólogo del golpe del 30... y la lista sigue... y los Festejos del Bicentenario también.
No puedo decir nada sobre mi país, si antes no nombro y reconozco el trabajo de estos hombres, que revisaron la historia con honestidad y corrieron el velo de la mentira disfrazada de verdad revelada, ignorarlos es invocar a los espíritus de José de San Martín, de Manuel Belgrano, de Juan Manuel de Rosas, de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza, de Martín Miguel de Güemes, de José Gervasio Artigas, de Facundo Quiroga, de Simón Bolívar, de Enrique del Valle Iberlucea, de Leandro Allen, de Evita Perón... para que escupan en mi boca, como Apolo escupió en la boca de Casandra, cuando la princesa troyana le negó su amor.
[1] J.L. Busaniche, Historia Argentina, Solar/Hacette, Bs. As. 1973, pág. 484.
[1] J.L. Busaniche, Historia Argentina, Solar/Hacette, Bs. As. 1973, pág. 484.
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